Pocas veces se tiene la oportunidad de definir una película utilizando únicamente su propio título. Esta es una de ella. Y es que esta Barbara que ha pergeñado el actor y director Mathieu Amalric es, sencillamente, bárbara. Estamos ante un biopic poco habitual, construido con múltiples capas, que en muchas ocasiones es difícil de atravesar. También es cierto que su protagonista no es una cantante universal (un compañero decía que es como si aquí se hiciese una película sobre Raphael y se la enseñásemos a los belgas), lo que hace que mucha gente pueda verla como una historia de ficción.
Amalric es un director que está rodando una película sobre Barbara, de la que era un gran fan. La actriz que hará el papel intenta meterse de lleno en su personaje, mientras que ella y el director empiezan a trabajar cada vez más en cercanía.
Barbara
La película que tenemos entre manos está construida en tres niveles: las grabaciones de la Barbara real; las imágenes de la película que Yves Zand (el director que interpreta Amalric) rueda con la actriz Brigitte (una Jeanne Balibar estratosférica); y la realidad fílmica de ambos, ensayando el guión, grabando las canciones… Sin contar las falsas escenas de archivo, imágenes grabadas con 16mm, como correspondía a la época del personaje homenajeado, pero interpretado por una Balibar inconmensurable que se transmuta en Barbara, jugando también con el documental. Y, para rematar (según reconoce el director), también hay escenas en las que Jeanne Balibar no es Barbara ni Brigitte, sino Jeanne ensayando para el papel, imágenes grabadas casi a escondidas que también la convierten en un personaje de ficción. Lo interesante es que Amalric logra que los límites entre una y otra se desdibujen hasta casi desaparecer, y es ahí donde se crea la magia.
Barbara2
La fuerza de la película no proviene, sin embargo, del trabajo de dirección. La fuerza está en la interpretación de Balibar (por mucho que se repita no se alcanzará el nivel de la interpretación de la actriz). Barbara (la real) era prácticamente un personaje de ficción (según nos cuenta Amalric), una mujer que creaba máscaras inspiradas en el expresionismo alemán y que utilizaba en sus actuaciones. Y Jeanne construye el personaje a través de la música. Balibar se preparó para tocar el piano, para cantar (muchos de los temas están interpretados por ella misma), y a partir de ahí encontró la fisicidad, los movimientos, las miradas, los gestos… todo lo necesario para crear uno de los mejores papeles vistos en años.

La segunda película de la Sección Oficial de la jornada fue la italiana A Ciambra, del director italoamericano Jonas Carpignano. La película retoma el cortometraje del mismo título que el realizador rodó hace tres años con los mismos personajes y la misma temática. En una pequeña comunidad romaní de Calabria, el joven Pío está desesos de crecer rápido. Su modelo a seguir es su hermano Cosimo, y cuando éste va a la cárcel, Pío ve la oportunidad de demostrar su hombría proveyendo a la familia de lo que necesitan para subsistir de peligrosas maneras.
A Ciambra
Película seleccionada por Italia para los Oscar, la historia está narrada con fuerza, y aunque los personajes demuestran verdad, me sacan un poco de quicio que no sepan expresarse más que a gritos. Con los modos típicos de un documental, Carpignano presenta una historia convencional, que abusa de numerosos clichés y que ya hemos visto muchas veces.

Dentro de la sección Special Screenings pudimos ver Mi prima Rachel, la última obra del realizador Roger Michell (director de Notting Hill o Venus, película que hace once años ganó el Giraldillo de Oro del SEFF). Basada en una novela de Daphne du Maurier (la misma autora de Los pájaros o Rebecca, obras que hizo universales al adaptarlas al cine el también británico Alfred Hitchcock).
Mi prima Rachel
Poseedora igualmente de un tono de suspense y misterio, la película es elegante, tiene una estética y una ambientación hermosas, pero no termina de funcionar, quizás por la escasa química entre una magnífica Rachel Weisz y un soso Sam Claffin.
(Crítica completa, aquí)

También en la misma sección pudimos ver England is mine. Otro biopic, como la primera cinta de la jornada, con la que el director de Manchester Mark Gill debuta en la dirección, sobre uno de sus más ilustres paisanos, el cantante Steven Morrisey, ex-líder de la banda The Smiths.
Aunque la trama se centra en sus años de adolescencia, cuando aún ni siquiera había empezado a cantar. La película muestra a un Morrisey como un chico tímido que escribe compulsivamente y muy pagado de sí mismo. «Todos son unos imbéciles menos yo», llega a decir. Es un chico solitario, casi misántropo, no comprende a nadie y nadie le comprende. Hasta que se cruza en su camino la horma de su zapato, Linder Sterling, una joven artista que ve en él el talento que nadie más parece ver.
England is mine

Lo cierto es que el personaje resulta irritante la mayor parte del tiempo, y el desarrollo es moroso y poco inspirador. Como si quisiera que el espectador se alejase del espíritu rompedor del personaje que nos muestra. Visualmente aceptable, narrativamente sosa.

Por último, vimos la que es una de las mejores películas del año. No en vano acaba de ganar la Palma de Oro en Cannes (lo cierto es que con cierta polémica). Hablamos de la poderosa, satírica, excesiva, perturbadora y polémica a partes iguales, The Square, del sueco Ruben Östlund, que hace tres años ganó el Giraldillo de Oro por la fantástica Fuerza mayor.
Christian, director de una galería de arte, está a punto de inaugurar la exposición The Square, una propuesta que incide sobre los valores morales que intenta realzar. No es un tipo demasiado listo, más bien un caradura con encanto y palique. Poco antes de que el proyecto se ponga en marcha, le roban el móvil, lo que desencadena en él reacciones que le pondrán en evidencia. Además, la campaña promocional provoca todo un escándalo nacional.
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Östlund no deja títere con cabeza, y arremete contra toda la sociedad bienpensante sueca (y, por extensión, occidental). Critica la falsa moral y la hipocresía de la sociedad actual, utilizando el modo en que se trata el arte contemporáneo (por aquello de que nadie lo entiende, de que se le puede dar la explicación que se quiera), los límites de la corrección política y la libertad de expresión, los prejuicios sociales y raciales, la mentira…
Y todo ello, a través de gags delirantes (ese compañero de piso tan ‘mono’, el conflicto del condón, el problema con la obra de arte incompleta, la entrevista del principio, esa extraña y poderosa -a la par que crítica- perfomance del hombre-simio…). Es un trabajo potente e inquietante, en el que a pesar de las muchas carcajadas (que las hay), llega un momento en el que estas se mezclan con la angustia.
Magnífico Claes Bang, pequeñas en importantes aportaciones de Elisabeth Moss y Dominic West. Grande Östlund. Película inmensa, soberbia, peculiar, visceral e imprescindible.